Autor: José Luis Castillejos Ambrocio Dios se levantó hoy llorando de alegría y dejó caer sus lágrimas en fina y pertinaz lluvia, mojando los brazos de pluma y espina de pescado de la palmera, el zafiro verde de la tierra. Dios se conmovió más al saber que esos brazos, a veces negros o verdes, extendidos al cielo han resistido todo: al tiempo, al sol y al frenesí de la perra bóxer que la arrancó de raíz y la llevó a pasear por el jardín hace una década, en el cumpleaños de Belén. Hoy la tarde es gris, silente y fría y los pájaros se fueron a dormir temprano, el gorrión no salió a beber el néctar de las flores y las abejas se resguardaron de la fina lluvia, temiendo sucumbir ante las lágrimas de Dios. Las largas colas de la hiedra se mantienen a toda hora al acecho y sólo se balancean con los goterones que del cielo cae en una danza de suspiros, caricias y frescura. Dios a veces es caprichoso: llora de dolor, otras de placer pero a veces se pasa y estornuda y lanza huracanes, otras veces se despierta y no mide su fuerza y desata un terremoto, unas más llora y llora e inunda todo otras más se olvida y no hace llover y deja la tierra desértica y desata la sequía. En algunas ocasiones Dios juega a todo: a ser sabio y amoroso y nos manda un niño, en algunas ocasiones se molesta y nos enferma y cuando quiere que lo acompañemos para siempre nos quita el aliento de vida, pero si quiere que sigamos en la tierra nos manda muchas pruebas para que las sorteemos y nos ganemos el derecho a seguir viviendo. Dios es así, siempre caprichoso. Hoy con la lluvia lo he visto llorar. joseluiscastillejos@gmail.com